Luna (II)

Primera Parte: >>Luna (I)<<

Sentado en la orilla de la cama, con la luz de la mesa de noche alumbrando un reloj de agujas que marcaba las 12:00, viendo a su sombra alegar por estar despierta a esa hora. A pesar de todos los intentos que había hecho, no había logrado volver a dormir, simplemente era imposible, había algo que no quería que lo hiciera. Se puso de pie dirigiéndose al ropero, que estaba junto a la puerta que dividía los dos ambientes que tenía el apartamento, sacó un pantalón de pijama negro con algunas líneas grises a lo largo y una camiseta vieja que usaba para dormir en las noches  en que el calor también descansaba y no molestaba hasta el día siguiente. Se puso la ropa y fue a la cocina por un vaso de agua para calmar el malestar que sentía por la mezcla de cansancio, desesperación y enojo. Agarró la cajetilla de cigarros y salió al balcón, que estaba tan iluminado como si la luna estuviera llena, para saciar sus pulmones de ese vicio que no sabía por qué necesitaba tanto, y contemplar la noche que lo ayudaría a pasar el tiempo que estaba condenado a estar despierto.

El cielo estaba completamente pintado de negro y los puntos blancos brillaban como queriendo llamar la atención. La luna estaba allí, sola, bella. Estaba recortada por la oscuridad, como el gajo de una naranja, flotando solitaria, dejando ver sus imperfecciones tan perfectas que la hacían una pintura hermosa en la cúpula oscura. Los postes en la calle, desfilando uno tras otro, con sus focos tenues que apenas alcanzaban a alumbrar hasta donde estaba el siguiente círculo de luz. Frente a su balcón había un pequeño parque con cuatro senderos que se encontraban en el centro, que eran custodiados por pequeñas luces en los bordes, en el que había una pequeña fuente que intentaba darle vida a ese oasis verde en medio de un desierto de cemento. Sacó un cigarro, lo colocó en sus labios secos y lo encendió para comenzar a arrebatarle la vida poco a poco, hasta que solo fuera cenizas flotando en el aire. Sus manos intranquilas sobre la baranda gris a medio despintar que dejaba ver el metal oxidado, y sus pies inmóviles sintiendo el piso frío que le daba un poco de frescura a todo su cuerpo. En sus ojos oscuros se reflejaba el humo que subía frente a su cara, que poco a poco iba desapareciendo y se volvía uno con el viento para viajar a un destino desconocido.

Su mirada vagaba por las calles y los caminos del parque, tomando asiento en las bancas que allí habían, jugando con el agua de la fuente mientras dejaba su mente librarse de todo pensamiento. Un pequeño destello plateado en el fondo lo regresó a su cuerpo y lo hizo parpadear atónito, no sabía si lo había proyectado su mente como una broma para que dejara ese sueño despierto o si realmente había visto algo. Clavó sus ojos en la fuente y observó detenidamente, el brillo volvió a aparecer, esta vez estaba seguro que no lo había imaginado, pero quizá sólo había sido la luz de alguna estrella reflejada en el chapoteo del agua o una moneda que alguien había lanzado pidiendo un deseo. Entró a su apartamento y se sentó en el sillón que daba hacia la televisión, casi a la mitad de lo que debía ser el comedor, esperaba que verla un rato le quitaría esa imagen de la cabeza y le ayudaría a conciliar el sueño. Tomó el control remoto y apuntó hacia la caja que no encendió aunque presionara el botón lo más duro que pudiera. Se levantó para ver que la espiga estaba conectada, subió y bajó el interruptor para encender la luz, pero la electricidad lo había abandonado.

Pasó tendido en el sillón un poco menos de una hora viendo a todas partes, dejando los ojos abiertos y pestañeando hasta que estos se secaban y comenzaban a arder. Sólo podía pensar en ese destello extraño que había visto, quería pero no quería averiguar qué era. Al fin se decidió, tomó las llaves del apartamento, salió cerrando la puerta detrás de él y recorrió el pasillo que estaba a oscuras, que sólo dejaba ver la luz del alumbrado público al final de él. Bajó tres pisos de gradas apresuradamente como si alguien lo estuviera persiguiendo o le fuera a quitar eso que estaba en la fuente. Estando en la acera titubeó si cruzar o no la calle y no dejaba de preguntarse por qué estaba allí persiguiendo un destello plateado. Llegó al otro lado luego de ver hacia ambas direcciones, aunque sabía que no había carros transitando a esa hora lo hacía por reflejo. Avanzó lentamente sobre el camino que llevaba a la fuente, sintiendo las piedras del concreto debajo de sus pies desnudos, viendo de cerca las bancas en las que sus ojos se habían sentado y las lucecitas que lo rodeaban. Al estar cerca de la fuente, oyó que alguien detrás suyo decía su nombre y volteó para ver a quién lo llamaba. No había nadie. Giró otra vez para seguir acercándose, las luces se apagaron y sus ojos se abrieron por completo. Allí estaba ella, una mujer de piel blanca en un vestido negro.

Tercera parte: >>Luna (III)<<

Fotografías: Joaquin Villaverde, Madasor