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martes, 9 de abril de 2013

Lámparas


Caminaba perdido en la avenida, sus ojos buscaban en el cielo algo que nadie podía ver, ni siquiera él, pero sabía que allí estaba. Su sonrisa escapaba en cada respiro que daba y era arrastrada por el viento que de tanto en tanto pasaba empujando los pedazos de basura hacia un destino indefinido que cambiaba con cada soplido. Su cuerpo relajado oscilaba de acera a acera, emanando despreocupación y placer mientras sus manos se movían en todas direcciones, como las manos de un director de orquesta conduciendo una melodía hermosa, exquisita. Las pocas personas que aún estaban afuera volteaban a verlo extrañados, cruzando miradas en busca de una respuesta que nadie tenía, miradas que contagiaban más de confusión. Él, sin embargo, seguía su camino zigzagueante que lo llevaba a ningún lugar, o lo llevaba a todos lugares, quién sabe. Sus ojos seguían escudriñando los cielos ya negros, como buscando la verdad absoluta que lo haría libre, como le habían prometido tantas veces. De repente se detenía como quien recuerda que olvidó algo en el último lugar en el que estuvo, pero no recordaba qué olvidó ni dónde estuvo, y seguía su marcha al darse cuenta que eso realmente no le interesaba. Llegó entonces a ese corredor famoso, que conecta la sexta y séptima Avenida del Centro Histórico de la Ciudad de Guatemala, cerca del kilómetro cero.

Lamps - Óscar Funes

Colgando del techo blanco del Portal del Comercio, ennegrecido por el humo de las camionetas y los carros que son polución andando, descansando como murciélagos durante el día ocupado y ruidoso, estaban esas lámparas añejadas por el paso del tiempo. Formadas unas tras otras como soldados de un ejército, guardando el patrón impecable que la perspectiva desvela. Habían esperado pacientes las órdenes de alumbrar durante las horas de oscuridad, que se aproximan lentamente todos los días, cubriendo a la ciudad. Viendo todo, el piso gris con cuadrícula negra, las tiendas protegidas por persianas metálicas y las paredes pintadas según los colores de cada negocio. Ocupan sus días contando los pilares de piedra agrupados por columnas, observando la majestuosidad de la Catedral Metropolitana, buscando nuevos detalles en el Palacio Nacional de la Cultura que cada vez se miraba más oscuro y perverso. Mataban el tiempo viendo las palomas arremolinarse por la comida que algún anciano lanzaba en la Plaza de la Constitución, oyendo (algunas veces) el sonido dulce, lejano, de la marimba retumbando en la Concha Acústica en el Parque Centenario y recordando los momentos de gloria de la fuente en el centro, a quien se le arrebató parte de su esplendor años atrás. Su luz, escapando moribunda hacia el pasillo, deseando iluminarlo, aunque lográndolo pobremente. Apenas dejando trazos de luz en las paredes y el techo, dejando un círculo oscuro, un círculo que no puede tocar, que morirá en las sombras.

Su cuerpo se resbaló en uno de los pilares, corriendo el hollín que se alojaba en ellos, dejándolo caer suave en las gradas del Portal, dejándolo como un titere en espera a ser compuesto por el titiritero. Su cabeza reposando en su hombro, viendo las estrellas que se movían como hormigas asustadas por alguien que intentan aplastarlas, que se vuelven locas y entre el pánico no pueden encontrar el camino de vuelta a casa. Sus manos y piernas dormían un sueño perenne, que ya había pasado la etapa de causar dolor e incomodidad. Su nariz respiraba la paz del corredor vacío y semi oscuro, un corredor que había sido cómplice de tantas personas, de amigos que se juntaban a tomar unas cervezas en El Portalito, acompañados de risas y boleros; cómplice de mendigos que habían dormido en sus pisos, amantes que lo usaban como punto de reunión para no ser descubiertos, cómplice de ladrones y policías (que al final terminan siendo lo mismo). Sus oídos oían la sinfonía del agua en la fuente, que le contaba secretos y le imploraba a cada rato que no le fuera a contar a nadie lo que estaba oyendo. Su mente corría inagotable de un lado a otro, viendo las lámparas pasar una tras otra, de ida y vuelta.

Allí pasó horas disfrutando de la bella agonía, de las visiones sin sentido pero que lo llenaban tanto, acompañado de una sola lámpara que había perdido el interés en su trabajo de alumbrar y perder el tiempo viendo cosas que veía todas las noches. Esa lámpara que lo cuidó durante toda la oscuridad del éter, que lo vio bosquejar figuras en el cielo y escribir poemas en las pocas nubes que vigilaban la bóveda negra, que disfrutó de esa sonrisa y se río, sin mala intención, de su planta de marioneta descompuesta, pues le daba ese toque de fragilidad que tiene la humanidad, la fragilidad que se esconde tras actos tontos para probar que es fuerte. Esa lámpara, que recordará cada noche como él dejaba atrás las alucinaciones y poco a poco volvía a su realidad, a sí mismo.

Alone - Óscar Funes

Fotografías por: Óscar Funes

9 comentarios :

  1. Gracias a Coca por las inspiradoras fotografías que le dieron vida a esta entrada. Y a Ricardo (Churro) por las opiniones que me ayudaron mucho.

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  2. Muy buena entrada, y con las fotos definitivamente le dio vida y una perspectiva más directa! :D

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    1. Gracias por tu comentario, experimentando un poco para darle giros diferentes a las entradas. Qué bueno que te haya gustado.

      Saludos!

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  3. ¡Buenísima la entrada! la verdad una perspectiva totalmente diferente, ambigua y surrealista de la cotidianidad de la vida.

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    1. Muchas gracias por el comentario capitán! Así es como veo algunas cosas de la vida cuando cambio un poco el cristal.

      Arrrrgh!

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  4. Bien mi estimado tocayo.....Pues ya te sigo en tu blog, para comenzar a leer tus entradas! :)

    Suerte, Atte.

    (Osea Orlando García)

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    1. Gracias tocayo, espero que pases un buen momento en el blog.

      Aún sigue siendo muy extraña la coincidencia jaja.

      Saludos!

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  5. Es genial. Lo digo en serio, me ha dejado así o_o la alusión con la lámpara, la intensidad de la historia es muy buena.
    Te sigo Orlando, un saludo desde Perú!
    Marianne

    ★ Diario Anecdótica ★

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    1. Muchísimas gracias por tu comentario Marianne, que bueno que te ha gustado y que la historia logró transmitirte eso. Si algún día vienes a Guatemala y visitas el Portal del Comercio, espero que recuerdes este relato.

      Saludos!

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