Los ojos, oscuros con ojeras, que me ven de vuelta y piden auxilio.
Las manos, sin moverse, herramientas que no quieren ser usadas más.
Pues no encuentran un motivo suficiente de porqué dejarse.
La ventana en la que se refleja este individuo en el que estoy contenido.
Mojada por la fuerte lluvia de hace un momento, salpicada por lágrimas del cielo.
Las luces, que están detrás de la ventana, distantes.
Veo las sombras, de quienes ya no tienen cuerpo, que se pasean de un lado al otro.
Sin tener más que hacer, que lamentarse por haber derrochado el tiempo.
Oigo las voces, susurros ásperos, diciendo algo que intento entender.
Esas voces que el viento arrastra hasta perderlas en ningún lugar, cerca del limbo.
Percibo el suelo, sobre el que estoy parado, pero no lo siento.
Oigo la música rebotando en las paredes, pero no la escucho.
Alguien viene, se huele su presencia, se ve su oscuridad bajo la puerta.
Se oye el picaporte girando, correría, pero ya es muy tarde.
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