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viernes, 27 de diciembre de 2013

Demonio

Espirales, su cabeza caía en el abismo de espirales fluorescentes, su cuerpo se precipitaba en el oscuro barranco de pesadillas sin final. Los escombros flotaban junto a ella sin tocarla, viejas fotografías arrebataban sus recuerdos al pasar a su lado, el viento movía su pelo como si fuera la cola de un cometa en picada. Una fuerte luz la cegó momentaneamente, dejándola ver únicamente el puño que se estrellaba contra su cráneo. Recobró el poco sentido que le quedaba para ver la sangre que brotó salpicando las paredes del baño, colándose por el drenaje del lavamanos. Las lágrimas desbordaron sus ojo y en ella no había más que miedo y confusión. — "¡No! ¿Qué hago aquí? ¡Déjeme ir!" — pensaba que decía, pero no eran más que balbuceos burbujeantes en el espeso líquido rojo.

Catrina - Ruy Sánchez

***

Eran las 6 a.m. y por alguna extraña razón, suerte pensó él, no había tráfico en la bajada de la Carretera a El Salvador. La neblina cubría todo, cielo y tierra, apenas dejaba ver a unos metros de distancia las luces rojas de los pocos carros que habían ese día. Había amanecido con una sonrisa en la cara y las energías empujando cada músculo de su cuerpo a pesar de la noche tan cansada que había tenido, una buena noche según él, una de esa pocas que de vez en cuando se repiten. Debussy deleitaba sus oídos con su Clair De Lune y la sonrisa comenzaba a descomponerse en una mueca extraña, siniestra. Vio la oportunidad perfecta para detenerse y así lo hizo. Giró la llave y el motor se echó a dormir, se compuso la corbata y tomó los guantes que tenía en el asiento del copiloto.

***

Las manos se abrazaron a su cuello, no podía respirar. Sus ojos comenzaban a perderse en el cuarto, buscando una salida que no existía mientras todo comenzaba a oscurecerse. Sus manos buscaban lo que estuviera a su alcance, cualquier cosa que la dejaran soltarse de esos ojos endemoniados. El frío de una botella rozó su piel. Tomó el  cristal ámbar con su mano derecha y como pudo la estrelló contra la cabeza de su atacante. Él la soltó para apoyarse contra el piso y evitar caer de frente en el suelo. Ella se arrastró hasta la puerta, se incorporó sobre sus piernas temblorosas y comenzó la carrera para buscar la salida de ese infierno, para escapar de ese demonio que quería acabar con su vida.

***

Abrió la puerta del carro y bajó sobre sus zapatos de cuero negro, se estiró para desperezarse y ver si nadie estaba viéndolo. Pareciera que la niebla estuviera allí para encubrirlo pues se había vuelto aún más espesa que antes. Caminó hacia la parte trasera del carro, introdujo la llave y la puerta dejó ver un baúl impecable en el que sólo había una bolsa negra. Con más cautela que dificultad tomó la bolsa y tiró de ella hasta que esta cayó con un sonido seco sobre el concreto frío de la carretera, la arrastró hasta la cuneta con restos de la lluvia de la madrugada y la dejó allí, abandonada, fría. El motor volvió a rugir y el auto blanco se alejó del lugar.

***

Logró llegar a la puerta principal de la gran casa, todo su cuerpo temblaba y sudaba miedo. Tomó la perilla y la giró, la puerta no se movió. "Debe haber otra salida" dijo una voz en su cabeza, "debo encontrarla y escapar" volvió a decir. Volteó para buscar la cocina, allí debía haber otra forma de salir. Se petrificó. Él estaba parado frente a ella con un fierro en las manos, sus ojos temblaban de impaciencia. Ella echó a llorar, rogando entre lágrimas y mocos que la dejara ir, arrepintiéndose de haber aceptado la invitación a la casa de ese hombre apuesto que había conocido esa noche. Él, con su vista helada, se acercó a ella y terminó con lo que había empezado.

***

Estacionó su auto deportivo blanco con los vidrios polarizados frente al letrero que decía "Reservado, Director General", tomó su saco del asiento de pasajeros, lo colocó y sobre su camisa azul con líneas celestes y se compuso la corbata por última vez. Al entrar a su oficina se encontró con su amigo Mario —¡Raúl! ¿Cómo te terminó de ir ayer?— le preguntó con una sonrisa en la cara. —Bien, terminó bien la fiesta jaja— contestó él. —Pilas hoy, que hay otra fiesta a la que hay a ir— le dijo Mario levantándose para ir juntos a la sala de reuniones. Los números de la empresa le importaron poco al estar pensando si ese día tendría tanta suerte, mientras frotaba el lado izquierdo de su cabeza, en donde la noche anterior su víctima había quebrado la botella.

Fotografía: Ruy Sánchez

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