Etiquetas

Bienvenidos

Pasen adelante, quítense los zapatos si así están más cómodos.

miércoles, 28 de agosto de 2013

El general

Era una madrugada fría, la oscuridad cubriría el cielo unas horas más en lo que el sol despertaba en el lejano horizonte montañoso que rodeaba el valle. La niebla espesa colmaba cada rincón de esa fría tierra y no dejaba ver más allá de un par de pasos al frente, abrazaba cada hoja de los árboles que habían recogido el sereno de la noche en sus manos y las ocultaba de la vista de cualquiera. Una pequeña cabaña, hecha de madera hace ya algunas décadas, completaba el paisaje lúgubre con la luz de la chimenea rebalsándose por una ventana y el humo siendo escupido hacia el lejano techo celestial que no era más que una mancha púrpura oscura. El chapoteo insistente del agua de la fuente salvaba el lugar del completo silencio que atrae paz para algunos y miedo para otros.

Fog of night - Kirk_J

La cabaña, que estaba a unos minutos del pueblo, estaba construida en las faldas de la montaña y, en días despejados, dejaba ver todos los techos rojizos de las casas antiguas que rodeaban la pequeña iglesia en el parque central, a la que todos los feligreses iban sin falta los domingos a las 6 a.m. para escuchar la primer misa del día y así llenar un vacío extraño que nadie sabe con certeza por qué lo tiene. La cabaña no era visible desde el pueblo por los árboles que la rodeaban, sólo la columna de humo ascendente hacia las nubes delataba que existía. Desde allí podía escucharse el repique de las campanas que invitaba a todos a reunirse frente a las puertas altas, el fuerte cuchicheo del mercado de la plaza y, si el viento era favorable, la risa de los niños que jugaban con sus coloridas pelotas de caucho en las calles, cualquiera diría que era una casa de ensueño. Los pueblerinos no conocían a su dueño, que llevaba años viviendo allí, únicamente sabían que un día llegó para no irse. Cada mes debían llevar comida, grandes cantidades de café molido, veladoras y otras provisiones a la reja de la propiedad, tomar el dinero que colgaba en una pequeña bolsa de cuero y alejarse del lugar de inmediato. No sabían por qué lo hacían, pero tampoco se atrevían a averiguarlo por temor a que la leyenda, que allí habitaba el mismo diablo, fuera cierta.

El general había dormido poco en varios años y lo que había dormido lo había dormido mal, las pesadillas eran tan constantes y reales que dormir era una tortura. El cansancio se notaba en las negruzcas bolsas de piel arrugada debajo de sus ojos y la escasa barba que no lograba crecer de forma pareja en su cara. Sus cabellos, grises como la ceniza, finos, se movían con el viento que soplaba en todas direcciones. Cada noche que pasaba era peor que la anterior, su conciencia le gritaba sus pecados mientras el incesante zumbido de los insectos lo embriagaba de desesperación. Algunas veces las notas suaves de un piano salían efímeras del tocadiscos mientras el sonido de la aguja raspando el acetato daba ese toque tan único a la música. Ese sonido era la calma temporal a la par del aleteo necio de los zancudos y el chirrido de los grillos. De vez en cuando el sonido del agua hirviendo y el silbido de la jarra se unían a la sinfonía que le acompañaban en su eterno desvelo, y el fuerte olor del café a su eterna lucha por no dormir. Su pasado oscuro, las muertes que había ordenado y las consecuencias de sus actos lo habían cambiado hace mucho, lo llenaron de manchas y recuerdos fríos, oscuros, lo convirtieron en un muerto que podía sentir culpa y miedo cada instante de su existencia. Lo sentenciaron a una vida completa en vela.

I was dreaming of the past... - C. Caínzos

Esa madrugada de niebla blanca y maciza como el algodón, de frío que penetraba las ropas y calaba en los huesos, de silencios sepulcrales que martillaban los tímpanos y hacían oír los propios pensamientos como una conversación entre dos personas, él estaba sentado a la orilla de su cama cubierta con sábanas viejas y desteñidas, buscando algo que distrajera su mente, buscando la manera de mantenerse despierto. Esa madrugada única, los ruidos en el camino comenzaron a escucharse a lo lejos, ramas quebrándose por el peso de los pies, murmullos que de vez en cuando terminaban en gritos y risas nerviosas. Las varas de luz se iban haciendo más brillantes mientras las voces se acercaban y se volvían más claras. Las antorchas marcaban el paso de una turba llena de temor, que no estaba segura de lo que estaba haciendo pero que no tenía más que arriesgarse. Llegaron a la reja y vieron el candado abierto colgado de los balcones en espiral que adornaban la puerta, siempre había estado así pero el miedo no los había dejado darse cuenta. Con cuidado, los pueblerinos que estaban al frente de la turba, empujaron lentamente las puertas, provocando que el gemido de las bisagras llenara el silencio y silenciara los murmullos de quienes hablaban.

El general escuchó sin perturbarse, sabía lo que se decía de él en el pueblo y que algún día pasaría pues el miedo impulsa al ser humano a huir o a afrontarlo sin pensar, él había vivido con miedo desde hace mucho tiempo, fue el miedo quién lo había alejado del suicidio, la forma más fácil de escapar de todo. Se levantó de la cama con calma y se acercó al mueble que estaba frente a él, tomó una fotografía de una mujer joven en blanco y negro, tenía rastros de descuido pero el marco plateado hacía que recobrara un poco de gloria. Vio a la hermosa mujer del retrato, estaba sentada de lado, frente al cuadro que aún conservaba colgado en la sala y veía todos los días cuando sus ojos pedían descanso entre lágrimas secas, un paisaje paradisiaco que nunca logró conocer. —Parece que ha llegado la hora— dijo, como si el cuadro pudiese oírlo. Regresó a la cama, se descalzó y dejó caer su cuerpo cruzando sus brazos frente a su pecho, estaba listo para partir.

Corrieron para rodear la cabaña, pero no sabían qué hacer, se quedaron confundidos en silencio, petrificados. —¡Quemen todo!— dijo uno de los pueblerinos que estaba entre la muchedumbre —¡No dejen que el diablo salga de acá!— volvió a gritar aún más fuerte que antes. Los pueblerinos perdieron el control, parecía que alguien hubiese encendido barriles de pólvora en su interior, comenzaron a lanzar las antorchas hacia la cabaña sin importar quién estaba adentro, sin tener la certeza que había alguien adentro. Las llamas comenzaron a crecer sin control, y el crepitar de la madera se hacía mayor mientras la hoguera comía lo que encontraba a su paso. Los gritos del general eran apenas audibles entre la sinfonía macabra del fuego y los gritos de júbilo del pueblo, parecía que el mismo diablo la dirigía. Los minutos pasaron y la madera fue consumida por completo por la bestia hambrienta. El sol por fin salió y los gritos y la euforia se apagaron, el diablo había muerto en el general y nacido en cada uno de ellos, en un pueblo maldito.

El general murió, mas no terminó su sufrimiento, su condena, sólo cambió de infierno.

* - Ratatuí

Fotografías: Kirk_J, C. CaínzosRatatuí

2 comentarios :

  1. Admiro mucho tu imaginación, te salio un relato muy bueno aunque a mi me hubiera gustado saber más sobre el general.
    Saludos y felicidades!

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Muchas gracias por la visita Sandra, pensé en escribir más sobre él pero era una vida entera de maldad, mejor lo dejé como un personaje misterioso. Por algo debió pagar tal condena.

      Un abrazo!

      Borrar