Etiquetas

Bienvenidos

Pasen adelante, quítense los zapatos si así están más cómodos.

jueves, 1 de agosto de 2013

3:33

Un corredor largo, una luz gris al fondo que parecía hacerse más pequeña a medida que su corazón se aceleraba más y más y sus piernas dejaban de sentirse en su cuerpo mientras intentaba alcanzarla, no recordaba cómo llegó hasta allí ni en qué momento comenzó a correr pero su urgencia por llegar a ella lo devoraba. Las paredes invisibles no lo dejaban escapar y evitaban que pudiera regresar por el largo camino que hasta ahora había recorrido. En un instante el suelo desapareció bajo sus pies y su cabeza sintió la sangre subiendo rápidamente dejándolo al borde del desmayo.

Sin título - goodsophism
Rodrigo se despertó dando un brinco en la cama con la cara empapada en sudor frío, otra vez el mismo sueño que lo había visitado durante las últimas semanas haciéndolo despertar a la misma hora, 3:33 a.m. La luz de la calle entraba intermitente a la habitación mientras las cortinas se mecían por el viento, dejando ver las sábanas y las almohadas tiradas en el suelo que delataban lo inquietante de esos sueños sin sentido y sus intentos desesperados por alcanzar el final del largo corredor. Vivía en una casa de huéspedes vieja, las paredes estaban manchadas por el humo de los carros y camionetas que pasaban todos los días por allí, inundando el ambiente de bocinas e insultos que los conductores escupían frustrados por el tráfico de las horas pico, y el techo de madera ya podrida dejaba oír los pasos de los ratones por las noches.

La madrugada era acompañada por una lluvia incesante formando ríos a la orilla de las aceras que, de no parar pronto de llover, terminarían por inundar las calles. Las gotas que golpeaban el techo de lámina componían la sinfonía del ruido perfecta que de vez en cuando dejaba retumbar un trueno a lo lejos para dar esos colores tétricos a la música. No había luna, no habían estrellas, sólo nubes oscuras que lloraban sobre los edificios lamentándose por desgracias ajenas. El borracho de la esquina dormía bajo la delgada sombra que le daba una pequeña terraza, el alcohol lo mecía en sus calurosos brazos y le hacía continuar el adolorido sueño del duro concreto hasta que el sol diera de lleno en la cara para hacerlo despertar con la resaca golpeando cada parte de su cuerpo.

Luego de varios minutos de intentar volver a dormir, como lo había hecho las noches anteriores, Rodrigo salió de su habitación y se dirigió a la cocina para buscar un vaso de agua y algo de comer que alguno de los otros inquilinos hubieran dejado en el refrigerador. Muchas veces él había dejado comida allí que ya no encontraba al día siguiente, alguien más tendría que aguantarse esa vez. Entró a la cocina palpando la pared para encontrar el interruptor, no veía más que el reflejo de la luz de las gradas en los agarradores de las puertas del refrigerador. La luz se encendió, iluminando la mesa bañada en una gran mancha de sangre que goteaba sobre las sillas y manchaba el piso café con círculos los amarillos y naranjas. Un cuchillo de carnicero en el lavatrastos cubierto por esa mancha roja dibujaba figuras abstractas en el agua que se estancaba en el abollado aluminio. Una línea dibujada en el piso llevaba a la puerta debajo de las gradas que nunca había abierto pues la dueña de la casa decía que era una bodega personal a la que nadie tenía derecho de entrar.

Estaba petrificado, sabía que debía regresar a su cuarto e intentar olvidar lo que había visto mientras metía todo en sus maletas para irse de allí en cuanto el sol se asomara sobre los techos de los edificios, como lo había hecho Mariana hace unas semanas, sin despedirse de nadie, sin dejar que nadie la viera partir. Sintió un fuerte golpe en la cabeza y su mirada se perdió en la resistencia roja del foco que acababa de apagarse frente a él. Lanzó golpes al aire en un vano intento de lograr soltarse de quien ahora lo arrastraba sobre la mancha de sangre hacia la puerta que nadie había tenido siquiera la intención de abrir. "Sus razones tendrá" pensaban todos cuando ella les decía que no era de su incumbencia, igual era su casa y ellos sólo inquilinos que llegaban casi sólo a cenar y dormir. No podía ver nada en la oscuridad que ahora reinaba en la casa y sus intentos de gritar sólo causaban risas a quien lo había hecho perder el equilibrio y las fuerzas. Escuchó cómo la llave entraba el la cerradura y giraba con un pequeño chirrido para dejarlos pasar. Sus ojos se tornaron blancos y perdió el conocimiento.

Las imágenes comenzaron a entrar por sus ojos otra vez, un poco borrosas al principio, hasta que logró distinguir todo a su alrededor. Símbolos extraños que no recordaba haber visto nunca, una especie de asterisco de seis líneas, cada una con una flecha en la punta, a excepción de la línea inferior que era la base, y un triángulo invertido con un ojo en el centro. Sobre una pequeña mesa con un mantel blanco había un libro de cubierta de cuero negro brillante con el mismo símbolo dibujado en dorado y plateado y a la par una copa rebosante del líquido rojo que también manchaba las paredes y el piso, unas veladoras negras encendidas desprendían un fuerte olor a azufre. —Tardaste en bajar de tu habitación— dijo la voz de la dueña, que estaba escondida bajo una capucha negra, —pero somos pacientes— agregó mientras alguien más, vestido de la misma manera, salía de las sombras ocultando su cara. Una nueva luz se encendió dejando ver a Mariana sentada temblorosa en una silla con amarras en las muñecas y tobillos, cómo también él estaba amarrado a su silla, pálida por la pérdida de sangre. —Intentó escapar— dijo con una sonrisa sádica —tuvimos que empezar en la cocina— terminó. Mariana abrió sus ojos con la vida efímera resbalando por su mejilla. —Int.. Intente decirte— balbuceó —pero e.. ella siempre.. siempre mira— dijo y se desvaneció frente a él.

Black Candle - GRUVMAN

No hubo más palabras, el silencio le contaba secretos de muerte al oído y el miedo acariciaba su entrepierna hasta que el líquido tibio terminó recorriendo su piel hasta el suelo. El hombre encapuchado se acercó al libro y lo abrió en donde el separador de listón rojo indicaba. Comenzó la lectura en latín, mientras tomaba la copa entre sus manos y la acercaba a su boca para dedicarle palabras que él no entendía. El olor de las veladoras se había vuelto insoportable y lastimaba sus fosas nasales haciéndolo sentir que no tardarían en comenzar a sangrar. La dueña de la casa se acercó a él y sujetó su cabeza al respaldo de la silla por la frente. El hombre se acercóo también, llevando la copa agarrada como si fuese algo sagrado, pegó la copa a sus labios viéndolo fijamente a los ojos y lo hizo beber hasta la última gota del ya frío líquido. Perdió control de su cuerpo, comenzó a temblar violentamente mientras sus ojos iban de un lado a otro buscando un refugio de las imágenes que comenzaron a ver, una vida completa que no era suya. Las amarras de la silla se rompieron, dejándolo caer al suelo sobre sus rodillas y manos, no era libre, nunca más lo sería. Su estómago daba arcadas que dolían profundamente, hasta que el alivio llegó con el vómito. Dejó salir todo lo que había tomado, dejó escapar su vida y sus recuerdos bañados en jugos gástricos y oyó su propia voz ahogándose. Sería lo último que recordaría.

Un corredor largo y oscuro, una luz gris al fondo que parecía hacerse más pequeña con cada intento de acercarse a ella. Recordaba cómo había llegado allí, la cocina manchada, la puerta bajo las gradas, a Mariana siendo besada por la parca, el ritual y la sangre que lo había vaciado de recuerdos. No podía acercarse a la luz, no podía escapar de esa pesadilla que estaba viviendo. El suelo desapareció bajo sus pies y la caída eterna comenzó, su cabeza daba vueltas y sus pulmones a duras penas podían respirar por la presión que sentía en su pecho. Esa vez no despertó de un brinco, esa vez no dejó de caer.

Una casa de huéspedes vieja, abandonada por años, con la puerta de debajo de las gradas oculta por el papel tapiz amarillo. Un loco, uno de tantos en las calles, uno más que dibuja una especie de asterisco de seis lados en las paredes con un triángulo invertido y un ojo en el centro. Un loco que repite "¡3:33! ¡Mariana!" sin cansancio.

- oz

Fotografías: goodsophismGRUVMAN, Ilustración propia

No hay comentarios. :

Publicar un comentario