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lunes, 22 de septiembre de 2014

Retrato

Sus ojos se movían frenéticos tras sus párpados que se abrían de vez en cuando dejando ver los globos blancos. El sudor corría por su cara y humedecía su almohada. Algunos gemidos escapaban de sus labios dejando ver el vaho de su aliento chocando con el frío del cuarto. Sus manos se aferraban de las sábanas desteñidas que apenas daban un poco de calor a su cuerpo casi congelado.

Corría, su pies daban zancadas sobre el piso de cuadros rojos y amarillos. Dos paredes altísimas, que no dejaban ver el techo perdido en la oscuridad, formaban un largo corredor sin un fin visible. Lámparas doradas y retorcidas en espirales colgadas de las paredes desprendían unas tenues luces amarillas que se encendían cuando pasaba frente a ellas y perdían su brillo lentamente hasta apagarse cuando se alejaba. Habían cuadros de cada lado, cuadros de marco dorado ya descascarados que mostraban la misma imagen una y otra vez, el retrato de una mujer de rostro relajado y sonriente, de larga y oscura cabellera que caía sobre un vestido celeste.

Lume - zentolos


Los espasmos seguían recorriendo su cuerpo como correntadas de electricidad que tensaban cada músculo y los hacía marcarse en su piel. Movía su cabeza violentamente de un lado a otro como quien intenta zafarse de una trampa. Ella lo veía desde la sombra tras la puerta y podía sentir su corazón latiendo fuerte en su pecho, podía sentir su angustia. Sus pies eran tan fríos como el suelo debajo de ellos. Salió de la sombra, su rostro delicado no mostraba ninguna expresión. Comenzó a acercarse a él, parecía que flotaba mientras su vestido celeste danzaba en el aire húmedo. Llegó junto a la cama sin dejar de observar su rostro y se sentó a su lado.

Las paredes verdes del corredor seguían extendiéndose hasta el infinito, las lámparas seguían encendiéndose y apagándose y la pinturas seguían apareciendo una tras otra. Un olor a quemado inundó el corredor y se clavó en su nariz hasta hacerla arder. Los marcos dorados comenzaron a tornarse negros y un brillo rojo apareció en sus bordes, el humo se hizo visible junto a las llamas que escupieron el calor en su cara. Intentó acelerar el paso pero seguía corriendo a la misma velocidad, las lámparas y los cuadros pasaban a su lado indiferentes. Las llamas alcanzaron a la mujer de las pinturas, quemando su vestido y subiendo poco a poco. El rostro de la mujer formó una mueca y un grito retumbó por todas partes, los cuadros fueron consumidos por las lenguas de fuego. Sus pies dejaron de correr, las lámparas y el fuego se apagaron repentinamente dejándolo en la oscuridad profunda.

Abrió los ojos de golpe, se sentó en la cama. Su rostro quedó frente al de ella y su cuerpo se paralizó. Su respiración se entrecortaba dejando escapar pequeños hálitos al aire, el sudor frío seguía mojando su frente cayendo en pequeñas gotas sobre su pecho. Cruzaron miradas durante varios minutos en el que el tiempo parecía haberse detenido, ella seguía como siempre, solamente su piel era más pálida, él ya pintaba canas en su pelo y en su barba. Sintió como su cuerpo se liberó de la parálisis como el momento en que la mente despierta de un largo sueño. Levantó su brazo para acariciar su rostro, ella sólo lo observaba en silencio. Su mano apenas tocó su blanca mejilla y su piel se agrietó, sus ojos se vieron una última vez y su imagen desapareció en una nube de ceniza que cayó al suelo.

Cerró sus ojos, recostó su cabeza en la almohada mojada por el sudor y sintió en sus manos las cenizas que habían quedado en la cama. Abrió los ojos otra vez y vio el retrato quemado sobre la cabecera de su cama. Quiso dormir para volver a soñarla, pero sabía que eso no pasaría hasta un año luego de esa noche.

Fotografía: zentolos

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