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jueves, 20 de junio de 2013

Día gris

Sombras en cada esquina, en cada rincón de la habitación a la que volvía algunas veces, cuando la soledad era más fuerte que ella. Recuerdos en las paredes junto a las manchas de sangre. Rayos de luz que intentaban hacerla regresar a la realidad que tanto temía, de la que tanto había intentado huir durante años sin lograrlo. Era un pequeño apartamento en el que frente a la puerta principal se encontraba la sala, a la derecha un estrecho corredor que dirigía a los dos cuartos y el baño. La sala estaba frente a la cocina/comedor y daba hacia las escaleras de emergencia ya corroídas por el tiempo.  Las cortinas corintas con bordados beige en formas indefinidas, en las que solía encontrar figuras luego de horas de observarlas, le recordaban ese día gris casi negro. Una pesadilla recurrente en la que caía despierta sin necesidad de siquiera cerrar los ojos. Los gritos destrozando sus tímpanos y las carcajadas ajenas aumentando el placer fortuito que la llenaba desenfrenadamente. Un día perdido en sus recuerdos, un sueño indeseado que regresaba más frecuentemente de lo necesario.

La muerte mata, la vida hiere - Chema Concellon

***
Sus cabellos dorados brillaban más que el sol, alumbrando la estancia, dando vida a la habitación entera. Los destellos de luz en sus ojos la hacían perfecta. Su vestido hacía bailar el poco polvo en el piso, dibujando líneas danzantes en la madera mientras caminaba de un lado a otro. Su madre y su hermano menor habían ido de compras al mercado mientras ella preparaba el almuerzo. Su padre, del que tenía pocos recuerdos, se había marchado tiempo atrás sin despedirse de nadie ni decir a dónde ni por qué se iba, algo a lo que ya no daba importancia pues el tiempo se había encargado de cerrar esa herida y endurecer su corazón, que lo había vuelto fuerte pero no invencible. Se quedó parada frente a la mesa de la cocina, inmóvil, observando el cuchillo ensartado en la tabla de picar. Los pasos se acercaron a la puerta principal y el picaporte giró lentamente, ya habían vuelto. Ella perdió el control de su cuerpo, tomó el cuchillo y caminó hacia la sala en silencio.

Su vista se oscureció, seguía sin poder controlar su cuerpo, todo se volvió confuso. Las imágenes pasaban frente a ella sin poder hacer nada y los gritos inundaron la habitación. No podía detener ese impulso que la hacía levantar una y otra vez el afilado cuchillo y hacía que su cuerpo le perteneciera cada vez menos, no podía dejar de oír esas risas ajenas que la bañaban en sensaciones extrañas. Las paredes tapizadas de verde con destellos dorados en forma de flor se mancharon con vetas de sangre y dolor, de recuerdos y pesadillas, de imágenes macabras, de algo que nunca quiso hacer. Por fin se detuvo, sus manos teñidas de rojo temblaban sin control, perdió todas sus fuerzas, su alma se desvaneció y el cuchillo cayó en la alfombra.

El sol había muerto en el distante horizonte y la luna no se había atrevido a salir en esa noche trágica. Abrió sus ojos, que habían perdido todo el brillo que le daba ese toque angelical y se habían vuelto oscuros como el cielo, llenos de confusión y tristeza. Las lágrimas le temían luego de lo que había hecho, no se atrevían a salir, no podía llorar aunque el nudo en la garganta le destrozara el corazón. Su pelo se tornó opaco y su piel era gris como la ceniza. No había nadie en la habitación, solo manchas rojas por doquier y destellos amarillos de la luz tenue de una candela ya derretida sobre la mesa del comedor que la llamó a caminar hacia allí, dejando con su vestido empapado en sangre un rastro rojo en el piso. Sentado en la punta de la mesa estaba un hombre delgado de tez pálida y mirada fría, tenía cabellos azabache largos recogidos por un listón gris, vestido completamente de negro, con una hoz larga recostada a la par suya.

—No esperaba decirlo, pero lo has hecho bien.— dijo el hombre con tanta frialdad como en su mirada, dibujando una sonrisa en su blanco rostro. —Se cómo te sientes, a todos les pasa al principio.— agregó luego de ver que Gabrielle no respondía. Se levantó de la silla haciéndola rechinar contra el suelo y se acercó a ella tendiéndole las manos. —¡¿Qué he hecho?! ¡¿Qué me has hecho?!— intentó gritar, pero su voz se quebró. Dio unos pasos atrás para alejarse del hombre que la veía fijamente. Él la alcanzó y tomó sus manos llenas de sangre. —¿No te das cuenta? Este ha sido tu destino desde el momento en que fuiste concebida, apagar vidas que han llegado a su fin.— susurró en su oído mientras la abrazaba. Su cuerpo dejó de ser suyo otra vez y la necesidad de matar se encendió en su pecho. —Tú sabrás cuándo y a dónde debes ir, sabrás qué hacer cuando la hora llegue.— Dijo tranquilizándola.

***

Muchas lunas habían pasado, muchas veces había perdido el control de su cuerpo y había tomado las vidas que le pertenecían. Pero existían noches como esa, en las que ese recuerdo la inundaba, en la que su soledad era más fuerte que su instinto, que su naturaleza. Noches en las que regresaba a ese apartamento en el que todo había comenzado, en el que todo había terminado. Noches en las que intentaba llorar a su madre y a su hermano, en las que maldecía su destino, en las que deseaba no ser lo que era. Pasaban los días, pasaba la gente frente a la ventana, pasaba el agua por sus dedos y el viento por su pelo, la tristeza en su alma. Pasaba horas echando al aire los suspiros arrancados por la nostalgia, viviendo la condena de nunca morir.

Ojo de la muerte - chhhh


Fotografías: Chema Concellonchhhh

2 comentarios :

  1. Un relato gris, igual que el nombre del título. No me puedo imaginar el dolor que sentía el personaje principal al tener que hacer cosas tan sádicas y vivir con esos recuerdos. Pero me quedo con la duda: ¿que es esta chica? ¿Y por que está maldecida a vivir de esta manera eternamente?
    Un saludo.

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    1. Sandra, a veces no se puede cambiar el destino con el que se nace. A algunos les ha tocado ser mensajeros de la muerte sin ser consultados antes.

      Gracias por tu visita y tu comentario.

      Saludos! :)

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