Cenizas

Cenizas nadaban en el espeso aire que llenaba la ciudad, el sol estaba oculto tras nubes oscuras que parecían ser más de frío que de lluvia, el ruido ajetreado de la gente había sido llevado por el viento a otro lugar en el que no hiciera estorbo. Ella estaba parada en lo alto de una montaña que daba una vista excepcional a los edificios que acariciaban los rayos del sol en las mañanas y servían de guardianes para las estrellas, una vista a la inigualable metrópoli. Las copas de los árboles se alborotaban, dejando caer hoja tras hoja sin darse cuenta que llegaría el momento en que no quedarían más en sus ramas y morirían de frío sin ninguna protección. Una radio vieja sobre una piedra dejaba salir los acordes de una canción gastada, que correteaban por la grama y la rodeaban con esos ecos mágicos que siempre la envolvieron en un viaje sin final. Ella observaba las lejanas calles de la ciudad en las que había pasado tanto tiempo sin que muchos se dieran cuenta quién era, qué era.

Sus ojos oscuros, su nariz fina, sus orejas un poco puntiagudas y sus labios, un poco más carnosos que los labios comunes, conjugaban tan perfectamente que su belleza era visible desde cualquier lugar donde se viera. Su cuerpo delgado y con apariencia de frágil guardaba a un carácter fuerte, protegía a una persona (si así puede llamarse) decidida a hacer lo que debía, carente de temores. Temores que habían comenzado a brotar en las últimas semanas y la habían hecho perder la paz que era tan habitual en los días que había vivido, que habían intentado desnudar su parte humana. Temores que habían comenzado a rasgar su piel morena. Nadie le había dicho nada, no había recibido el mensaje del que siempre estuvo pendiente en su estadía, pero lo sentía. Debía estar en ese lugar, en ese momento, con los ojos tristes y perdidos en el horizonte de la ciudad. Había tomado cariño a muchas cosas a las que no debía prestar atención, a los vecinos de ese pequeño cuarto en el que decía dormir por las noches, a los niños y a sus incansables preguntas sobre todo.

Cenizas flotaban en el denso aire que volaba hacia la ciudad para abandonarla. Giraban las esquirlas negras y grises alrededor de ella, alrededor de su pelo castaño. Los acordes seguían saliendo de la pequeña radio, cambiaban mientras la canción seguía fiel al tiempo que pasaba impecable, sin dejar a nadie escapar de sus efectos. Tiempo que sabía no tendría otra vez, tiempo que juega a las escondidas con todos y siempre gana. Cerró los ojos, dejó que sus sueños volaran por última vez, dejó que sus oídos fueran su guía y le contaran todo cuanto escuchaban, que su piel sintiera el aire fresco que movía su ropa y jugaba con su pelo como un enamorado, que su boca probara el sabor de los olores que navegaban perdidos en todas direcciones. Era hora, no podía retrasarlo más.

Un rayo partió el cielo con un sonido seco, el viento comenzó a soplar más fuerte y la movía como queriendo arrancarla de la tierra. Sus ojos se abrieron, eran completamente negros, la ciudad lejana se refugiaba en ellos. Pasaron frente a ellos todos los recuerdos que tenía desde su llegada, la confusión de los primeros días y la costumbre de los últimos, las personas que había conocido y los lugares que había visitado, todo, en un instante. Poco a poco perdía las fuerzas que la mantenían de pie y las grietas en su piel se marcaban más con cada segundo que pasaba, dejando trozos de piel pálida, grises como la ceniza. Abrió sus brazos, sus alas, liberó su mente y sus sueños, abandonó la existencia. Dejó caer su cuerpo sobre las rodillas, pero antes de tocar el suelo la última ráfaga de viento que pudo sentir la deshizo en pedazos, como quien sacude un cigarro dejando caer pequeñas láminas plateadas, convirtiéndola en polvo. Cenizas se agitaban en el viento frío que viajaba hacia el límite entre el cielo y la tierra, sólo cenizas.

Fotografías: mkl20, andresmh