Etiquetas

Bienvenidos

Pasen adelante, quítense los zapatos si así están más cómodos.

miércoles, 14 de enero de 2015

Petrificado

Desesperación. Mi cabeza giraba sin moverse y las manecillas del reloj lo hacían en sentido contrario a lo acostumbrado, mas el tiempo se iba como siempre, como agua, para no volver jamás. El silencio, crudo, rebotaba en mis oídos y sólo dejaba oír ese pitido incesante que causa cuando perfora los tímpanos. Mi saliva se había vuelto pesada, espesa, con un sabor amargo como vinagre. Y mi mente queriendo volar, estaba presa detrás de una ventana que dejaba ver la oscuridad del cielo y ese peculiar tono rojizo de su bóveda.

Petrified underwater - Catarina Carneiro de Sousa


Los ojos clavados en el monitor, en el cursor, en la misma línea de hace ya unas horas. Era una estatua, no, era más como un muerto. Mis dedos, inmóviles, podían sentir el borde de las teclas. Estaban callados como si estuvieran esperando el movimiento repentino que terminara el trabajo pendiente. Sentí el cosquilleo que causaba una hormiga de esas miniaturas, molestas, sobre mi mano izquierda. Parecía buscar que la aplastara con la otra mano, que lo estaba pidiendo, que lo necesitaba, también pareció que se cansó de esperar y se marchó sin ver atrás.  Mis pies fríos, escondidos en en mis pantuflas de cuadros, saltaban sin ritmo como queriendo salir corriendo pero estaban demasiado entumecidos para hacerlo.

De vez en cuando podía escuchar el ventilador de mi PC suplicando por un descanso, era el único momento en el que no escuchaba el pitido en mis oídos, o al menos lo ignoraba. Y ese mismo sonido me servía para distraer la mente unos momentos, para pensar en otras cosas, como los días soleados y lluviosos, de esos en los que al terminar de llover siempre aparece un arcoíris en el cielo; y no en que estaba petrificado en mi silla por ninguna razón aparente. Y luego de esos momentos de “calma”, volvía la desesperación, volvían los días grises de tormenta, sin arcoíris. Volvía desprendiendo de mi cualquier intento de tranquilidad de un solo tajo. No sé cuánto tiempo pasó desde que me di cuenta que no era un sueño, pero sé que fue lo suficiente para pensar en muchas cosas.

Cerré los ojos, aún escuchaba el silencio y el ventilador alternándose sin ningún patrón marcado, era tan natural como la necesidad de respirar, pero arrítmica. Ideas extrañas comenzaron a colarse por mi mente, pinceladas de colores manchaban el lienzo blanco que se había instalado en mis pensamientos, una guitarra acústica con acordes disonantes, una brisa cálida y helada. Y sólo dejé que continuaran, quería ver la obra final. Pero todo comenzó a oscurecerse, y los pinceles no se detenían, y los acordes siguieron su rumbo junto a la brisa. El silencio y el ventilador también fueron perdiéndose en lo opaco. Y todo quedó oscuro, todo quedó tranquilo.

Desperté en mi cama, con un leve dolor de cabeza como esos que deja una noche de desvelo combinado con la falta de práctica de dormir hasta horas tardías. Y ahora no sé si fue un sueño o si realmente estuve petrificado por unas horas de “agonía”, si podemos catalogarlo así. Sentí un cosquilleo en mi mano izquierda. Una hormiga de esas diminutas se paseaba sobre mi piel, como si esperara algo. La aplasté con la otra mano y me levanté para empezar un día más.

Fotografía: Catarina Carneiro de Sousa

No hay comentarios. :

Publicar un comentario